Llegó al baile contentísima. El príncipe se enamoraría de ella en cuanto la viera aparecer. Ese fue el problema: No hubo príncipe. No hubo fiesta. Las puertas del castillo estaban cerradas, había llegado tarde. Se sentó en un escalón y esperó hasta que fueran las doce.
Cállate, tápate los oidos fuerte fuerte fuerte fuerte muy fuerte, ¿oyes lo mucho que te quiero?