Sonaba la campana de la iglesia como si lo hicieran veinte. Los monocromos rayos solares se colaban por las nubes que, a su vez, lo hacían por su ventana avisando de que tenía que despertar. No quería abandonar aquellas blancas sábanas de franela que lo hacían sentir tan bien. Tampoco quería ya que nada fuera lo esperaba. Liberó unas débiles palabras con su duro acento ruso y volvió a cerrar los ojos.

Entonces, en aquel profundo lugar en el que se había metido encontró lo que, de alguna manera, le devolvería a la vida. Por que ya es sabido que el amor siempre triunfa.