Volvió a tachar la línea. No, aquello no reflejaba la realidad. Sus ojos estaban cansados de ver aquel papel lleno de tinta. Arrugó el folio y volvió a tomar otro. Esta vez se dejaría llevar.
La mañana siguiente despertó y, tras tomar todas sus cosas partió hacia el aeropuerto. Allí la esperaba él.
Tras un largo café y dos miradas llenas de sonrisas ella le dio un pequeño sobrecito que no dejaría abrir hasta que marchara.
Y marchó. Y se llevó su amable sonrisa con ella.
Él leyó la carta y no sabía si reir o llorar. Él pudo detenerla y no lo hizo. Se dio cuenta tarde. Y esta vez tarde tenía el mismo valor que nunca.