La lucha entre su dedo y el botón de enviar era cada vez más dura. Las cosas cambiarían si lo hiciese, lo sabía bien. Quizás ese era el problema; su miedo a los cambios, su terror porque ella se enfadase o actuase de forma inesperada. Sí, ambas cosas le preocupaban. Pero él no era un cobarde así que se armó de valor y envió el mensaje que había repasado, analizado y releido durante treinta minutos.