Yace una joven, risueña en su habitación contemplando la luna, fascinada como aquel que la admira por primera vez. Refleja hermosamente en el lago que se encuentra bajo su balcón. Un joven aparece tras ella, la mira y la chica se da cuenta de su presencia. Él se acerca a ella.
-¡Ah!... Si fuera tal mi hermosura, una hermosura pura como la que desprende la luna...
-La luna es peligrosa.
-¡¿Por que dices eso?! - Exclama la joven, sorprendida, algo molesta, como si hubiera dicho algo malo.
-No deberías mirarla.
-¿Por qué? A mí me agrada admirarla. Yo, a menudo sueño que soy como ella, libre, blanca, maravillosa, que puedo tocar el cielo y jugar con centenares de centellantes estrellas y con las efervescentes nubes.
-La luna es dueña de hechicerías y puertas secretas que llevan a otros mundos, celosa...-recita con un aire misterioso el joven.
-¿Celosa?
-Celosa, sí, celosa de muchachas con una beldad tan pura como la tuya.
[...]
